domingo, 17 de febrero de 2013

Dudosos inventos XI

El camino recto está predeciblemente indicado por los carteles fijos. Pero osado es el hombre que, inventando sentidos, elimina el leer y escribir, descree de los manantiales que predican el dinero y de donde beben los cuerpos ciegos en busca de oro. Este hombre, que no es siquiera un rostro, conoce la falsedad de imaginaciones artificiales. Recibe en todo su esplendor el exquisito impacto frontal del relámpago que, lejos de ser fatal, es una llave ascendente que otorga el poder de las brasas del infierno, y cada una de ellas quema una extremidad distinta del hombre antiguo.
Quienes penetren el umbral reconocerán los ídolos comúnmente malditos, y sentirán aquel desgarramiento que es la admisión de la existencia de la nada, oculta en un espacio en el universo, entre espasmos de luz mística. Cuando se mueve dentro de la transición hacia la apoteosis del cielo se sienten náuseas por momentos. El estado febril de alcanzar el extremo infinito conlleva, en algún sentido, infinita desgracia. Por eso se precisa un perseguidor de peligros, de aparentes monstruos fantasiosos. Con la certeza de la recompensa se toleran los fríos.
Es cuando el absurdo cobra vida que el resto de la humanidad-hormiga se convierte en piedra. En este momento, que consta de una eternidad de aproximadamente un día, el viajero se fusiona con su razón, que no es cualquiera sino la única y a la vez todas, y prueba un poco de la miel de la contradicción, que irónicamente lo derrumban al valle de polvo, junto con un poco de magia resplandeciente para sobrevivir al desencanto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario