miércoles, 6 de enero de 2016

Filo-sofía

Entre tanto camino recto, cualquier desnivel es bueno.
Al menos despierta, inquieta.
El gris estático es un veneno lento, silencioso.
Apenas hay un constante mecer, uniforme, casi imperceptible, que invita a abandonar la vigilia.
Es el ensueño aquel entrelugar escapatorio: la ilusión de movimiento.

Maldito sea el pensamiento, aquel hábil simulador de todo lo que él no es. Maldito sea el arte, también.
Pensar es un engaño, soñar es un engaño. Son cadenas que parasitan los párpados, agotándolos, hundiéndolos, derribándolos.

La frialdad de la reflexión, estéril como un cadáver, representa el olvido de que se puede sentir. Aún más: se debe sentir.
Es lo único que hay, acompañado por el miedo de la certeza de la muerte.

Apelando no a una conciencia recortada, sino a una vida concreta, estas ideas obtienen realidad.
No se precisa, ni nunca se precisó, cadena argumental alguna (de nuevo las cadenas).
Quizás aquello que requiera incontables rodeos sea mentira, invención, o peor, actividad inútil. Más bien, actividad que es una anti-actividad.


Podría ser una neutralización.
Tal vez el ser no sea así, pero el ser humano es dual (hipótesis, conjetura, hilo conductor de estas palabras, no sentencia inmutable). Sólo sabe jugar con el doble filo.
Uno de los errores más grande de la historia es la concepción que sostiene que se puede tomar uno de los dos caminos. Que se puede lo bueno sin lo malo. Que se puede lo alto sin lo bajo. Incluso -se sostiene todavía hoy- que se puede la vida sin la muerte.
Error.
Nefasta necedad que inclina a la ceguera. Es el inicio originario de la reflexión: ¿Cómo puedo tener vida sin muerte? ¿Cómo se supera, cómo se vence, cómo se deja-de-sufrir?
Ante preguntas imposibles sólo se puede contestar con quimeras. Es entonces que se construyen las cadenas (por tercera vez, cadenas). No hay vergüenza más grande que la esclavitud voluntaria. Elegir los propios grilletes no los hace menos pesados.
Los relatos cobardes oprimen, enceguecen. Aquello que es evidentemente dual pasa por la severa revisión del pensamiento, que no tiene mejor idea que llevar a cabo una inversión. Juzga que es el mundo inmediato, y no él, el que miente. Por eso al sentir le incomodan las sentencias de la metafísica.
De este modo, lo que se manifiesta como dual, en REALIDAD es MONOLITICO.
El mal es la ausencia de bien. Aquél que es bueno no sufrirá, vencerá a la muerte. Toda ulterior apelación es conjurada con explicaciones agregadas.
Conforman un sistema, un edificio perfectoque se pretende perfecto, sin huecos, sin nada más que lo uno. Esta amalgama de calmantes es la mayor abominación de la historia. Y de aquí la mencionada neutralización.
La espada de doble filo resiste íntegra o nada en absoluto.
Se piensa que se puede desechar la hoja del mal, manteniendo la otra, para empuñarla firmemente contra los miedos, sin peligro de ser lastimado por el contra-filo, el filo-malo. Éste no tiene otro nombre más que nada o error. El filo-bueno ha sido, tradicionalmente, la filo-sofía. La respuesta, la única, la salvadora.

No es así.
Al modificar la espada, se destruye.
Si no hay mal, todo es para bien.
Si todo es para bien, no hay vida.
¿No es irónico que el miedo a la muerte y el afán por aferrarse al ser conduzcan a la quietud, característica fundamental de la no-vida? La neutralización. Lo gris inmóvil.

Nos duele vivir sin ser dios.
Nos duele porque sabemos su concepto -lo podemos pensar- al mismo tiempo que nos sabemos débiles, vulnerables.
Meramente comprender la posibilidad de la idea de que el mal puede no existir, y de que haya sólo bien, es desgarrador. Es terrible.
Es apenas el primer paso
el primer romper las cadenas
el primer acercamiento al nihilismo, al no-hay-dios
a reivindicar este mundo, con sus dolores, sus parcialidades y perspectivas
a poder SENTIR.