jueves, 24 de junio de 2010

Una historia que no me gustó para nada

La guerra estaba ya lejana. Por fin el imperio lo dominaba todo, desde el lugar del que sale el sol hasta donde se pone. Mis ojos cansados veían con felicidad el ocaso de las batallas, de los gritos, de la muerte. Esos sucios bárbaros llenaron con su sangre las copas de las que bebemos ahora los vencedores. Pronto su descendencia será corregida, le impondremos nuestro idioma y costumbres.
Me sentía deleitado de poder decir a mis hombres que estaba orgulloso de ellos, por su valentía y entrega. Marchamos al campamento, esta vez el cuerno no anunciaba masacres, sino fiesta. Nuestras banderas adornaban el lugar, el vino y las mujeres no tardaron en aparecer y el bullicio se hacía escuchar a lo lejos, seguramente hasta la capital. Los trovadores cantaban acerca del heroísmo de estos soldados, material para sus historias no les faltaba, pues los enfrentamientos habían sido largos, casi eternos.
Reíamos y maldecíamos los nombres de los difuntos enemigos, rezábamos por el destino de nuestros caídos. El jolgorio se fue a pasear y durante un rato dio lugar a la melancolía, el recuerdo de nuestras familias en casa parecía tan distante, tan etéreo, que nos sentíamos aliviados de iniciar el regreso a la tarde del día siguiente. La embriaguez nos hizo imposible evitar el vergonzoso acto de derramar lágrimas, y se sabía que luego de tal revelación la alegría ya no volvería como antes, había llegado a su pico horas atrás.
Poco a poco fuimos cayendo víctimas de Morfeo, algunos sobre sus camas, algunos en el piso, y otros sobre otros compañeros. Creo que concluímos nuestro festejo de la mejor manera, y ahora sólo restaba descansar y dejar a los esclavos el trabajo de limpiar. Cuando mis ojos se cerraron sentí movimiento, mi alma me llamaba a un lugar extraño que nunca antes había visitado.
No estaba seguro si era un sueño o algún tipo de visión, tal vez los dioses me habían elegido para ser su mensajero, aunque pronto me daría cuenta que no era así, ya que me encontré perdido en una habitación bizarra, desconocida para mí. Me sentía raro, con ese frío que azota a uno cuando descubre que está completamente solo. Algo en mi pecho me molestaba, quería liberarse y llorar, pero...¿de dónde provenía esta culpa? Tal vez me había trasladado al hogar de algún bárbaro, tan vacío como mi ser en aquel momento. Era normal, los habíamos arrasado a todos, no quedaba ninguno.
Sobre mis hombros cayó en un instante la sensación de la guerra, pero no la que yo siempre tuve, sino la de la cruda derrota. No pude más y lancé al aire un doloroso alarido de pena. A continuación escuché un chillido, sentí una vibración, y traté de encontrar al causante de aquel extraño ruido. Era casi como si hubiera esperado a mi grito para callarme efusivamente. Miré hacia mi izquierda y la vi: una pequeña bolita yacía sobre una mesa de madera. Tenía agujas que se movían, pero no servían para tejer o para la guerra. Una iba muy rápido y la otra se tomaba su tiempo, ambas apuntando a una serie de símbolos que no pude descifrar. El sonido seguía, saltaba y chillaba, la campana era golpeada repetidamente y no sabía cómo hacerla callar. Al cabo de unos minutos lo hizo, por gracia divina. Seguí mirando el objeto por un tiempo, luego recordé que era todo un sueño y traté de despertar. No lo logré, y justo cuando me lamentaba, como si lo hubiera intuído, la pelotita volvió a cantar. Finalmente comprendí: ahí dentro habitaba un alma que trataba de comunicarse conmigo, se lamentaba, quería salir, era obvio. Pensé que podría ser un bárbaro, pero al segundo refuté esta idea, los bárbaros no tienen alma. ¿Será algún compañero mío que acaso habré traicionado? No, ni siquiera por coincidencia, jamás pasó eso. Entonces me di cuenta, esa pequeña, ínfima vida con forma de pelota, que sollozaba sin cesar, era yo, tratando de escapar del sueño inmortal.
Al final desperté, mis hombres se habían ido sin mí a nuestra ciudad. Estoy perdido, nunca volveré a ver a mi familia. Parece que los dioses sí me habían elegido, pero no para ser un profeta, sino para maldecirme.

Euro Ilusión

Yo estaba en mi camino a Suecia, el avión no era muy grande, porque venía de España y queda cerca. A mi lado se sentaba una vieja con las prendas íntimas al aire, la gente copada se sentaba atrás, maldigo mi suerte. Lo peor es que pagué más por un supuesto mejor lugar.
Era un cazador oculto, precisando una mujer que no me veía, el problema es que yo tampoco a ella. Entre decepción y una corta siesta, llegamos y ¡dios nos salve! la belleza de las frías tierras escandinavas era magnífica. Sólo opacada por esa hermosa hippie. Guarda con los gigantes, me dije. Debía tenerla, y para eso ser el primero en hablarle para conquistarla.
Por suerte íbamos todos juntos en un tour, llamado El Paladar, porque viajábamos por Europa para ver las distintas culturas gastronómicas de los países. Un asco hasta ahora, pero lo vale porque ya he visitado el Louvre y las tumbas de los pensadores iluministas franceses. Una anestecia fue Alemania, pues caí enfermo por esas horribles salchichas y me quedé solo en el hotel tres días.
Mi meta era besar a la hippie mientras viéramos la aurora boreal sin que huela a frituras como en Holanda. Su sonrisa cálida me hacía ignorar las bajas temperaturas. Sí, ciertamente sería mía.
Empezamos a caminar hacia el micro que nos llevaría al hotel. En mi cabeza sonó un grito de guerra y comencé mi camino para hablarle. Cuánta desilusión al descubrir que aquella hippie tenía novio. El resto del viaje lo hice con una sonrisa fingida.

viernes, 18 de junio de 2010

Relato Corto

Fue todo muy repentino. Caminaba por Rivadavia cuando la vi parada en la esquina y me deslumbraron sus ojos de dulce miel. Fumaba un cigarrillo y no estaba seguro de si esperaba a alguien o estaba tomando un descanso del trabajo. Mi corazón fue más rápido que mi mente, así que dije lo primero que se me había ocurrido sin pensarlo:
-¡Qué hermosa que sos!
-¿Me hablás a mí?
-...
-Ey, ¿Me hablás a mí?
-Sí...emm, disculpame, es que me quedo sin palabras frente a la belleza de una mujer.
-jeje, bueno, gracias.
-Seguro pensás que estoy loco, pero no es así. Simplemente dije lo que tantos hombres han callado al pasar por acá.
-¿Creés que no lo sé? Si son todos iguales, yo noto cómo me miran.
-Y ahora seguro empieza la discusión, vos decís que no ven más allá de tu cuerpo, y esperás que yo te niegue eso con frases bellas.
-Bellas mentiras.
-Sí, tenés razón, son mentira, pero la mentira siempre seduce. ¿Me das una bocanada?
-Tomá.
-Decime, ¿Qué hacés acá parada en la esquina?
-Tomo un descanso, trabajo en el bar de la otra cuadra.
-Donde sólo te contrataron por tu buen físico, así que te quejás del machismo, pero lo usás a tu favor.
-Soy gerente, yo elijo a quién contratar, flaco.
-Oh...perdón. Ya está, ya es muy tarde
-¿Te tenés que ir?
-No, no es eso. Sino que pasó el momento y seguís pensando que soy un loco por hablarte así de la nada o tal vez hasta un pelotudo por lo que dije.
-No pienso que seas un loco.
-Eso lo dice todo. Tengo que irme, chau.
Hubo un silencio que pareció más largo de lo que fue, y lentamente me iba alejando de esa hermosa y decidida gerente de bar, a la cual no pude sorprender con mis encantos.
-Che, esperá- Me dijo y me iluminé por dentro
-¿Sí?- Pregunté con una especie de sarcasmo mal fingido
-Lo que hiciste no lo hace cualquiera pibe, requiere valor. Tomá un cigarrillo- Me adelantó el paquete e hizo una seña con la cabeza
-No, muchas gracias.
-¿No lo querés para sentirte mejor?
-En realidad no fumo, sólo te pedí una probada para sentir al menos una vez el sabor de tus labios.
Y me fui.

lunes, 14 de junio de 2010

Cueva sin Caballo

En todos los calendarios hay ciertos días que es mejor olvidarlos, pero esta vez me tomaré el atrevimiento de sacar a la luz una de esas historias que "jamás sucedieron".
Era de noche en realidad, con una luna ausente que acentuaba el silencio de ese invierno frío. El mundo se había ido a dormir, excepto nuestro pequeño protagonista: Llevaba un largo cabello castaño y tenía muy corta edad para estar solo. Su andar indeciso era causado tanto por su tristeza, la cual explicaremos más adelante, como por sus patas sin protección, puesto que no llevaba herraduras. A este valiente niño el destino lo había dejado a la deriva, sin procedencia o nombre siquiera. Su ingenio siempre le había permitido arreglárselas para sobrevivir, sin embargo nunca ha podido alcanzar la tan anhelada felicidad. Viviría en una constante y melancólica soledad, o eso creía.
Intentó recorrer cada uno de los caminos de la vida existentes, buscando sin éxito una familia que le dé amparo, sufriendo el rechazo de los salvajes caballos de campo, y con el paso del tiempo su única opción eran las numerosas escaramuzas que hacía para robar comida. Esto sólo lograba que el odio por él creciera, y que tuviera que escapar de rancho en rancho entre multitudes enfurecidas hacia un nuevo sol que no conociera de sus fechorías.
Su debilidad y llanto se hacían evidentes en su piel, las piernas cansadas caminaban sin rumbo, y su mente gritaba para evitar pensar en las cosas malas. De repente, la fría luz se tornaba menos fría, el silencio empezó a compactarse, y así aparecieron unas indeterminadas paredes que lo limitaban. En aquella cueva todo se encontraba oscuro, desdibujado, inmortal, y él se sentía rey de su mundo perfecto, donde las rosas sin colores destellaban un mágico brillo imperceptible para cualquier otro ojo, y la quietud de la música traía alegría al alma. El refugio ideal, lejos de los infiernos que consumen vidas o de caballos agresivos y excluyentes, que destruían ese palacio y lo transformaban en una mera cueva. Ellos no sabían nada, nadie sabía nada, ni siquiera nuestro relajado amigo, que no quería más que disfrutar de la paz hasta desvanecerse.
Así sucedió, en efecto, esa fatídica madrugada en la que los ruidos volvieron para amenazar la armonía, y el hombre decidió irónicamente llevarlo al rancho del que antes quería tanto formar parte. No le veían lógica a un desafortunado caballito sin dueño, solo en una cueva, y decidieron ayudarlo, así que lo tomaron y trataron de ponerle las herraduras que, de ahí en más, usaría toda su vida. El pobre luchó y luchó, pataleando y gimiendo. Quería ser libre, libre en su cueva, y con los ojos llorosos buscó socorro de su amiga la luna, pero no la encontró; ya se había rendido. La cueva se había quedado sin caballo.
Un alma se apagó esa noche, el juego y el goce fueron asesinados una vez más, y, aunque siga tirando de los carruajes y recibiendo comida, nuestro pequeño amiguito murió de pena hace mucho tiempo, cierto día que no es placentero recordar, pero sí muy necesario, para no olvidar nunca el sueño, el deseo, y la magia.