domingo, 24 de octubre de 2010

Yo te avisé

Yo te avisé
Un frío rayo me parte el alma
Mi espíritu, moneda devaluada por otros
Navega aproximado a la nada

Aquí he vivido mis últimas existencias
Donde la carne sólo sabe arrodillarse humillada
Y el bastardo aroma a flores rotas llena los ojos
Mutila el ser en pedazos igualmente muertos

Ya fui al río a beber la lujuria
Lo fácil, el engañoso placer vestido de blanco
Ya salté al vacío para llorarme a mí mismo
Viviendo exilios, destierros, inquisiciones, me rindo

Una sonrisa dilucida la mentira de estar al revés
Girando sobre el mundo me pierdo
El baldazo de agua helada que lanzan los demás
En un intento de abrir la conciencia, termina siendo un cerrar

Todo esto se sabía
Se notaba en mi presencia distante
Una risa falsa contando un chiste que no es sino verdad
Sino anhelo de cielo rosa negado

Yo te avisé
En este cuerpo enlagrimado yace la confirmación
Con un disparo que divide la muerte
Entre el antes y el después

lunes, 11 de octubre de 2010

Un escrito camusiano

...Y así terminaba de escribir para entrar en un descansado letargo, se le había ocurrido la idea hacía ya un mes. Sus problemas para conciliar el sueño se vieron menguantes noche tras noche en las páginas de su cuaderno, transformando en tinta las vivencias de su día, que bailaban sobre el papel y a la vez lloraban por ser verdad en lugar de una mera novela ficcional, con un protagonista solo, insípido y desabrido que le duele el existir. La vida lo atraviesa suave como un cuchillo delgado, lenta y silenciosamente se desespera de lo normal, busca en vano alguna salida de esta caja sellada al vacío. Relee sus escritos anteriores y se da cuenta que patalear y gritar no sirven de nada, tampoco el fingir. Es como un hambriento en una biblioteca, no tiene nada que hacer en este mundo.
Nunca hubo chispas de emoción, o el descubrir de su propio ser, sólo esa fría sensación de un hombre que no es más que eso, polvo en la arena. Tanto deseaba música estridente, un rock progresivo, acaso un jazz multi instrumental de lo que escuchan las personas cultas. Pero esos anhelos estaban imposibilitados, no por su capacidad, sino debido a una especie de fatalidad poética, la desdicha inimpugnable que buscaba él mismo, artista desconocido y oscuro, reconocedor de formas y palabras, pintor de la vida y las estrellas, lacerado por el látigo del silencio. Era actor de una tragedia que nadie vería, o tal vez sí, si publicaba su medicina/biografía. Igual de terribles eran ambos destinos, que el mundo conozca su historia o se prive de ella y no vea otra luz que llora en el espacio. No podía hacerlo, sería traicionarse a sí mismo, haber vivido un doloroso nihilismo para entretener a algún lector que no entendería su problema, ni siquiera si se pusiera a reflexionar. Dejar sus palabras al viento era propio de él, lo más cómodo y predecible, pero sentía una puerta que se abría, una forma de dejar de ser, comenzar a disfrutar durmiendo en la ignorancia de un posible best-seller. Cavilando en sus tribulaciones fumaba como loco, su traje olía a nicotina y desolación. Se agarraba la cabeza porque sentía que iba a explotar, temía encontrar nuevas decepciones, porque sabía que lo único infinito en la vida era la tristeza humana.
En un grito miró hacia el techo, aunque sus ojos estaban ciegos. Al abrir su boca en la exclamación dejó caer el cigarrillo en los manuscritos convirtiéndolos sorprendentemente rápido en ceniza. Ahí estaba, de vuelta a sufrirse a sí mismo. No fue un momento trascendental en su existencia, ni siquiera le dio tanta importancia. Se volvió a dormir pensando en que no había sentido de la vida y bien daba lo mismo entregar los papeles a una editorial o quemarlos, y lo segundo daba menos trabajo.

viernes, 1 de octubre de 2010

La nada

Yacía pálida como la luna y fría de soledad, enmarcando recuerdos distantes llenos de besos de dolor. Cavilaciones de humo blanco que nacen y mueren en su soledad. Gritos ahogados que no se oyen en el espacio, no hay sonido, no hay sentimiento. Se adivinan mil músicas en las aguas negras donde duermen las estrellas. Oscuridad de infinita sabiduría, ¿A quién esperas para resplandecer? Ilumina a la luz con tu ausencia de brillo.
Solía ser joven, real, con un perro y un amor. Miraba por la ventana hacia arriba y sólo decorabas mi techo, el de todos, pero nada más que eso. Nuestro cielo inmortal, fábrica de eternidad divina, inspiración de poetas y corazones rotos. Ahora estoy aquí y lloro, mis ojos desdibujan los cuerpos celestes, quieren cerrarse pero ésta es mi condena, la del vagabundo espacial que merodea por este vacío donde el tiempo no existe ni en la mente. No le temo a la muerte, la anhelo y se me escapa, acaso nunca llegue a alcanzarla.