"Hola.........y chau. Basta, me cansé. No quiero más, definitivamente. Se acabó, no tengo por qué seguir soportando esto, claramente no me lo merezco. Ya está, me rebelo, me retiro, reniego, renuncio.
Renuncio a recibir más dolor, renuncio a las lágrimas. Renuncio a tener miedo. Renuncio al domingo, a la escuela, a la estación Carabobo de la línea A, a los músicos geniales y a mis padres. Renuncio a caminar perdido por la calle. Renuncio al significado arbitrario de las cosas (esto bajo otra lectura representa un número cuya cantidad nos es desconocida). Renuncio a pensar sobre el infinito sin serlo. Renuncio a las letras J, L, S, C, y Q. Renuncio al extrañamiento, a la nostalgia, al Complejo de Edipo. Renuncio a los patriarcas y a sus hijos. Renuncio a la Torre Eiffel y a Carlos Gardel (tanto al nacido en Francia como al nacido en Uruguay). Renuncio a los sombreros, al helado y a las caminatas. Renuncio a las respuestas de las preguntas más importantes que se pueden hacer. Renuncio a los puntos de vista, al horizonte, a los malditos mosquitos de verano. A las mujeres, a los autos caros y las películas clase B. Renuncio al resultado del cuadrado de un binomio y a esta mente que me pone tan triste. Renuncio al mismo hecho de renunciar (vos no lo hiciste, ergo no entendés). Renuncio a la existencia trágica de cada ser humano sobre la tierra. Renuncio a todo y a todos."
Estas fueron las últimas palabras escritas por el joven Mariano encontradas en su carta, junto con su cuerpo inmóvil y un frasco de arsénico.