viernes, 16 de febrero de 2018

De por qué se debe enseñar filosofía en las escuelas



          No sé la poesía porque lleno cada espacio de palabras y conceptos, cuando de lo que se trata es de aprender a manejar el silencio y, desde las sombras, atacar. Es el arte del impacto directo; un buen poeta es aquel que sabe derribar a sus lectores con unos pocos golpes. La proliferación del discurso, las largas cadenas de razonamientos, el vano afán de hacer siempre ulteriores precisiones, prosiguiendo obstinada e indefinidamente -albergando la esperanza de que en algún momento, finalmente, todo culmine en la imagen acabada de la verdad cerrada- ; todo eso, digo, atenta contra la naturaleza de la poesía.
          Sin embargo, el trabajoso esfuerzo sostenido tiene sus recompensas, y no carece por cierto de delicias. Lo profundo está vedado a los espíritus superficiales, los cuales, a causa de su infantil impaciencia, se ven privados de los secretos ocultos de las cosas. En su estrechez no son capaces de comprender cómo en la semilla está contenido todo el árbol, y también el mundo entero. No ven allí sino un cadáver, y de este modo desperdician lo que en realidad es la posibilidad misma de ilimitadas ramificaciones. Pocos son los despiertos que ven con claridad el justo valor de la disciplina y de la pasión, así como la relación entre ambas. Los durmientes, por su parte, las juzgan opuestas, y en sus delirios fantasean que el artista nació completo y que hizo su obra de golpe, tal como le venía a la cabeza.

          De golpe...golpe...algo resuena en mi cabeza. ¿No había dicho yo al principio que esto -el ataque certero- era precisamente lo que hacía el poeta? Bueno, pero eso no significa que el arte esté exento de estudio, de repasos y repeticiones tantas veces áridos, de intentos fallidos y frustración. La sublime pieza terminada tiene por detrás y por dentro una inmensa historia. Justamente, ignorar esto es propio de los espíritus superficiales.

II
          Desde hace tiempo que pienso que el desarrollo de las tecnologías, si bien nos reportan incontables beneficios, traen como nefasta consecuencia la exacerbación de nuestro gusto por la inmediatez y aversión por la disciplina. Un video es mucho más vívido y estimulante que un libro; las redes sociales y celulares, en lugar de limitarnos a mirar pasivamente una pantalla, nos permiten la interacción: chateamos por whatsapp, jugamos al candy crush, compartimos memes y publicaciones políticas, ponemos me gusta, me entristece o me enoja.
          Estos elementos, junto con muchos otros, constituyen el arma perfecta contra la paciencia, que es una de las condiciones básicas para cualquier tipo de construcción que se pretenda estable y duradera.
          ¿Nunca fueron pasando de a tramos un video de youtube de dos o tres minutos porque les aburría verlo todo de corrido? ¿Y nunca se quejaron, cuando les pasan un video de quince minutos, de que era muy largo? ¿Alguna vez vieron un link a una nota que tiene unos nueve párrafos, y ni siquiera intentaron leerla porque les resultaba de una extensión abrumadora?
          Quiero aclarar en este punto que todas estas cosas que señalo con el dedito acusador las he padecido y padezco. No son críticas de alguien que esté por encima; admito y lamento hallarme inmerso en esta lógica. Muchas veces me pregunto cómo puede ser que no tenga veinte minutos de sobra, considerando la cantidad de días enteros que he gastado (aprovechado, diría la parte de mí que acude en mi defensa) viendo series y películas, tanto las insulsas como las obras maestras, y cómo puede ser que me dé paja (aquí ya asumo el completo abandono del pretendido estilo elevado del principio) leer una nota de a lo sumo dos páginas, siendo que estudio uan carrera con una enorme carga bibliográfica.
          Creo que se trata de una creciente tendencia a la pereza, y cualquier tipo de esfuerzo cada vez más va a tomar para nosotros la forma de lo externo, de la obligación y la imposición. En otras palabras, me gustaría estar todo el día tirado viendo memes, pero hay causas externas que me obligan a moverme. No haber nacido rico me fuerza a trabajar, el mandato de que debo realizarme como miembro prestigioso de la sociedad me lleva a estudiar una carrera como medio respetable de ganarme el sustento, y voy al gimnasio porque quiero llegar al verano, coger, y parecerme a la gente linda de la tele. Pero claro, si pudiera, haría toda la carrera sin tocar ni un solo apunte, porque no es un fin en sí mismo, sino un medio para otra cosa. Esta mentalidad queda muy bien resumida bajo lo que me gusta llamar la fórmula sprayette: "llame ya, y obtenga en seguida todos los beneficios sin tener que hacer esfuerzo alguno".
          Pero, entonces, ¿cuál es el fin por el cual la gente hace todas esas cosas? El objetivo suele ser alcanzar el ideal del millonario que ya tiene todo resuelto, y no tiene más que disfrutar de la existencia, tomando un martini en la pileta de su lujosa mansión. Por mi parte, creo que los que no ven el vacío y el hastío de ese estilo de vida no se han detenido a reflexionar seriamente sobre lo que implica. Sólo el diablo concedería semejante deseo, y los únicos que aceptarían tal oferta son aquéllos que ignoran lo gris que sería todo si se volviera realidad.

III
           Mi cruzada es contra el siguiente esquema, que se encuentra profundamente enraizado en la mentalidad de la sociedad:

Movimiento
Dolor
Malo
Externo
Medio
Quietud
Placer
Bueno
Interno
Fin
 
Uno de los ámbitos donde más presente está este esquema, y uno de los que más indignación me genera, es en la escuela. El sistema educativo obliga a los estudiantes, desde que son niños, a un esfuerzo constante, sin molestarse en mostrar la utilidad y el placer que hay en la matemática, la música, o la educación física, por mencionar algunos casos.
          Este sistema se mantiene por la coerción ejercida por padres, docentes y directivos, por el valor social que da importancia a la educación (siempre institucional, claro está) y a los títulos que expide la escuela, y por el mecanismo de castigo/recompensa que es la nota. No resulta sorprendente que una maquinaria tan tremenda sea sumamente eficaz, y suele generar una aversión al estudio y al conocimiento. Esto me parece verdaderamente terrible; ¿cómo puede alguien ser libre y activo en sus decisiones vitales si se le inhibe el pensamiento, si se le arrebatan las herramientas para ejercer el examen de uno mismo, única forma de llevar adelante una vida que pueda llamarse plena y feliz?

IV
          Creo que mis vueltas iniciales sobre la poesía buscaban desembocar en esta última pregunta. Sólo ella es lo sustancial; todo lo anterior es accesorio. Nuevamente se manifiesta mi imposibilidad de decir las cosas de una manera clara, breve e impactante. Pero bueno.
          Cuando pienso en esta pregunta en relación con estudiantes de secundaria, realmente me da rabia y me angustio. No exagero; esta situación me da ganas de llorar. Es muy difícil mostrar a jóvenes sumidos en la inmediatez el atractivo del esfuerzo y la disciplina. Se requiere para ello de un artista dotado de una habilidad para nada despreciable; un poeta que los impacte y despierte un poco.
          Me parece que, en este sentido, soy un muy mal docente. SIrvo más a quienes ya están persuadidos de esta verdad que es el corazón del presente texto. Con todo, recién empiezo, y no voy a dejar de intentar construir mi poesía, con la esperanza de que alguna vez choque con oídos compatibles para escucharla. Es una armonía sumamente preciada y rara. Su realización efectiva, cuando se reflexiona sobre ella, parece requerir de un milagro; es de una naturaleza casi divina.



PD: ¿Se podría resumir todo lo dicho aquí en un #hashtag? Quizá el artista-pedagogo-emancipador social por venir no sea sino quien posea la habilidad de hacerlo satisfactoriamente. Ciertamente, yo no lo soy. Pero me gustaría serlo; es el camino que busco recorrer.