domingo, 5 de mayo de 2013

El verdadero grito del hombre

Soy un hombre encerrado en su propia caverna. Silencioso, observo desvaído mi alrededor. Los pensamientos no se irán a ninguna parte, por eso puedo permanecer calmo en mi lugar, y caminar lentamente hacia las cosas. La voz de la civilización resuena lejana. Ni siquiera la luna brilla en mis paredes. Sólo la mente.

Una vez me dijeron que mis palabras eran lindas, y que no estaban vacías. Lo ignoré todo. ¿Para qué los otros? Si apenas sirven de breve distracción. Como si, por un momento escuchándolos, fuera a olvidar que vivo constantemente temblando.

La gente habla y habla, pero no toleran el peso de la realidad del mundo. Me da tanta rabia, tendría que gritarles que se callen. Ya con percibir un dejo de vanidad en boca de alguien me invade la imperiosa necesidad de golpear, con una rabia imposible en el rostro. Los puñetazos caerían, mientras proclamo con toda la sinceridad de mis entrañas "¡No! ¡Basta! ¿Acaso no entienden que todo es mentira? ¿Cómo se puede hablar, teniendo esta certeza en mente? ¿Cómo pueden sentir tan falsamente sin ninguna vergüenza? ¡Impostores! No hay nada más bajo en la existencia que ustedes."

Ah, pero de tan sólo pensarlo, el llanto se me hace ineludible. Desprecio lo suficiente el engaño como para no sentir la verdad, pero inmediatamente ésta cae como un rayo, quebrando mi débil cuerpo humano, y no hay salvación posible. Se nos ha otorgado una mente divina, dominada bajo las reglas de una física defectuosa. Estos huesos no pueden soportar la crudeza y la oscuridad, y eso que la experimentan a cada segundo. Pero claro, se nos presenta el mundo de forma ordenada, y somos los primeros en aceptar, cómplices y aliviados, esta imagen errónea.

Con todo, no desdeño la tierra. Estoy hecho de barro, por más que mi vanidad quiera creer lo contrario. Por mucho que me abstraiga, jamás me iré de aquí, y debo recordar eso en los momentos en que mi intelecto busque una salida donde no hay nada. Incluso, dejando la frialdad de lado, aprecio las tranquilidades que ofrece el mundo, y los momentáneos placeres. No tomar esto en cuenta significaría creerme una máquina o ser un hipócrita.

Sin embargo, claramente estamos más allá. Las cosas no son tan simples como uno supone deberían ser. Acerca de esto hay innumerables ejemplos. Mis favoritos son el lenguaje y la historia. Y es en este conflicto donde nace todo. Esta es mi posibilidad de anhelo, de encierro, de sollozo inconsolable.

Y es que yo amo la vida. Las lágrimas de tristeza son hermosas. También la disconformidad. Me inclino, reverenciando a un ente invisible, besando el sucio piso. Todo porque detrás de cada experiencia, detrás de cada pensamiento, detrás de cada palabra, detrás de cada acción, detrás de cada alma, hay felicidad. Pura alegría sin sentido. Incluso la maldad, el sufrimiento y el suicidio están llenos de sonrisas. En todo hay un afán de existir, una persecución de la pureza, una búsqueda de la justificación y de la paz increíbles. En un movimiento del hombre se comprende la acción más noble, la angustia del deseo de unión con el infinito.

Jamás he encontrado nada que no fuera otra cosa que belleza y desolación.        

1 comentario:

  1. ¿Por qué el narrador no soporta el peso del mundo a la vez que juzga de vanidosos a quienes sí lo soportan? ¿Qué es lo considera 'vanidad'? ¿Qué significa entonces esa actitud hipócrita de "detrás de cada palabra... hay felicidad"? ¿Quiere algo realmente, o simplemente se siente abrumado por su deseo de espiritualismo sin religión? Si hay algo "detrás" del texto, el narrador no puede verlo.

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