lunes, 14 de junio de 2010

Cueva sin Caballo

En todos los calendarios hay ciertos días que es mejor olvidarlos, pero esta vez me tomaré el atrevimiento de sacar a la luz una de esas historias que "jamás sucedieron".
Era de noche en realidad, con una luna ausente que acentuaba el silencio de ese invierno frío. El mundo se había ido a dormir, excepto nuestro pequeño protagonista: Llevaba un largo cabello castaño y tenía muy corta edad para estar solo. Su andar indeciso era causado tanto por su tristeza, la cual explicaremos más adelante, como por sus patas sin protección, puesto que no llevaba herraduras. A este valiente niño el destino lo había dejado a la deriva, sin procedencia o nombre siquiera. Su ingenio siempre le había permitido arreglárselas para sobrevivir, sin embargo nunca ha podido alcanzar la tan anhelada felicidad. Viviría en una constante y melancólica soledad, o eso creía.
Intentó recorrer cada uno de los caminos de la vida existentes, buscando sin éxito una familia que le dé amparo, sufriendo el rechazo de los salvajes caballos de campo, y con el paso del tiempo su única opción eran las numerosas escaramuzas que hacía para robar comida. Esto sólo lograba que el odio por él creciera, y que tuviera que escapar de rancho en rancho entre multitudes enfurecidas hacia un nuevo sol que no conociera de sus fechorías.
Su debilidad y llanto se hacían evidentes en su piel, las piernas cansadas caminaban sin rumbo, y su mente gritaba para evitar pensar en las cosas malas. De repente, la fría luz se tornaba menos fría, el silencio empezó a compactarse, y así aparecieron unas indeterminadas paredes que lo limitaban. En aquella cueva todo se encontraba oscuro, desdibujado, inmortal, y él se sentía rey de su mundo perfecto, donde las rosas sin colores destellaban un mágico brillo imperceptible para cualquier otro ojo, y la quietud de la música traía alegría al alma. El refugio ideal, lejos de los infiernos que consumen vidas o de caballos agresivos y excluyentes, que destruían ese palacio y lo transformaban en una mera cueva. Ellos no sabían nada, nadie sabía nada, ni siquiera nuestro relajado amigo, que no quería más que disfrutar de la paz hasta desvanecerse.
Así sucedió, en efecto, esa fatídica madrugada en la que los ruidos volvieron para amenazar la armonía, y el hombre decidió irónicamente llevarlo al rancho del que antes quería tanto formar parte. No le veían lógica a un desafortunado caballito sin dueño, solo en una cueva, y decidieron ayudarlo, así que lo tomaron y trataron de ponerle las herraduras que, de ahí en más, usaría toda su vida. El pobre luchó y luchó, pataleando y gimiendo. Quería ser libre, libre en su cueva, y con los ojos llorosos buscó socorro de su amiga la luna, pero no la encontró; ya se había rendido. La cueva se había quedado sin caballo.
Un alma se apagó esa noche, el juego y el goce fueron asesinados una vez más, y, aunque siga tirando de los carruajes y recibiendo comida, nuestro pequeño amiguito murió de pena hace mucho tiempo, cierto día que no es placentero recordar, pero sí muy necesario, para no olvidar nunca el sueño, el deseo, y la magia.

2 comentarios:

  1. Muy bueno muy literario, y te deja pensando en ciertas cosas (ke ya te dire en el msn xD) creo ke la verdad todos nos deberiamos sentir identificados alguna vez con el caballo


    Saludos^^ (seba)

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  2. Madurar y encajar a la fuerza...
    Modelos a seguir, caminos que elegir...
    Y terminar optando por el que no te dan opcion
    Ser conciente un dia y el siguiente dar cuenta del rumbo que estas obligado a seguir...

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