lunes, 10 de mayo de 2010

Un día en mi vida

Ayer, Domingo a eso de las ocho, iba caminando por Rivadavia después de una salida, cuando me encontré rodeado de vacío, una ausencia de gente, como si la noche rondara las calles y asustara a todos. Los edificios imponentes ofrecían resguardo de la soledad e invitaban a uno a entrar y pasar el resto del día en familia, cenando, con la voz de la televisión resonando de fondo. Era como si el mundo se hubiera ido a dormir.
Podía tomarme el subte, o bien apreciar este paisaje más de cerca, recorriéndolo, formando parte de él, observando a los cartoneros y niños pidiendo monedas. Hasta ahí no me había puesto a pensar en que, si no es por una salida o para viajar al trabajo, la gente no transita las calles, pero quien no tiene hogar, no tiene más remedio que estar ahí, y les toca ver ese vacío nocturno cada semana, al igual que el inicio del ajetreo rutinario que probablemente hoy, Lunes, empezó con los laburantes que se levantan y comienzan su actividad incluso antes del alba.
Sigo caminando y mis ojos se detienen en ciertos lugares donde no llega la luz ni el interés de las personas. Si las casas son el refugio de la sociedad contra la noche, entonces esos lugares son refugios de los parias contra la sociedad. Un hombre harto de todo que sólo busca correr y liberarse, el escondite de un amor secreto o el de un cadáver que nunca existió.
Me gustaría hacer hincapié en el primer ejemplo, porque en estos días acelerados manejados por un sistema que no perdona, todos callamos. Fingimos normalidad mientras nuestros corazones gritan un deseo de libertad. Luchamos contra nosotros mismos para no sucumbir y terminar en estos oscuros lugares, sin darnos cuenta que estamos juntos. Tal vez un gesto o una simple idea nos hace pensar que no peleamos solos, que muchos han pensado como nosotros y tantos más lo seguirán haciendo. Lo que necesitamos es sacarnos las caretas, hablar nuestras ideas y no las de alguien más por temor a que las propias sean consideradas extrañas. Unirnos, para no tener que ocultarnos en edificios, para vencer a la locura que crece en nosotros día a día, para liberarnos de una vez.
Finalmente llego a mi casa y no puedo evitar sentir un ligero cansancio después de tanto pensamiento, así que como y me voy a dormir.

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