sábado, 10 de julio de 2010

Viernes a la madrugada

El viento de noche azotaba mi pelo, una fría sensación me recorría pero el whisky en mi mano derecha me reconfortaba. Tomaba un sorbo y pensaba. Era un Viernes de madrugada, me acuerdo bien, me acompañaban las estrellas y vos, tan distante, tan impersonal. Tu recuerdo te reemplazó, tu ausencia te desfiguró. Tu lápiz labial azul ahora era un disimulado violeta, de todos modos no me gustaba, siempre me había inquietado.
Se me habían acabado los cigarrillos, los consumí todos, y ese perro que no dejaba de ladrad me irritaba mucho, pero con vos todo eso podía soportarse, resultaba algo trivial. Me acuerdo de tus ojos, de tu mirar malicioso, jamás pude interpretar tus expresiones, eso me fascinaba.
Había calma, me di cuenta que Buenos Aires era en realidad una ciudad desolada, pero nuestros gritos y cantos nos hacían parecer lo contrario. Sentía un dulce mareo, ése que se forma de alcohol y soledad y se pasea libre por el aire, estando fuera de mí, en todos lados y a la vez en ninguno. Me gustaría que esta sensación fuera real, así podría ir a ver cómo te va sin esos dos años de risas y pasión. Acaso te habrás ido con un cualquiera, de los que se consiguen al por mayor en los boliches. Bien sabés que soy distinto, mejor, porque yo tengo alma y ellos una canción con un éxito tan fugaz como sus amores.
Te has ido, pero volviste. En el fondo los dos sabíamos que vendrías con una botella de whisky para disfrutarla juntos. Fingís otro nombre, otra cara, te recordaba más alta y suave, ahora te veo y entro en tu juego, finjo que no sos vos, pero lo sé. Lamento haber dudado, supongo que así tenían que ser las cosas, bastante naturales, algo impropio de nosotros. Lo importante es que esta noche, una mujer llamada María o tal vez Mónica, recibirá mi amor hasta el alba, y hasta que se vaya para regresar con otro nombre.

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