miércoles, 22 de agosto de 2012

La anciana en la ventana

Cuando camino por la calle, suelo notar en la ventana de algún departamento a una anciana parada, quieta, mirando hacia afuera. He visto esto varias veces y en distintas calles, pero hay una en particular que me ha llamado la atención más que las otras. Se trata de una mujer mayor que vive a unas cuadras de mi casa, razón por la cual la veo frecuentemente, ya que debo pasar por ahí para llegar a la avenida si quiero tomarme un colectivo, o pasear.
Hoy tenía que ir a un sitio, la parada del colectivo que me llevaba estaba en la avenida, por lo que tuve que pasar al lado de ese departamento, recibiendo la mirada de la mujer. Seguí mi trayecto con cierta turbación en el rostro (no importa cuántas veces pase esto, siempre me genera incomodidad) y me puse a pensar en lo triste que debía ser la vida en el punto en que lo mejor, o lo único, que se puede hacer es mirar gente y autos yendo a algún lugar.
Dada mi naturaleza curiosa e infantil, empecé a fantasear sobre este singular hecho, y se me ocurrió la posibilidad de que la señora no lo fuera realmente, sino una réplica en cartón, puesta ahí por una persona con deseos de divertirse asustando transeúntes. O tal vez habían sido colocadas ahí inspiradas bajo una intención noble; que cada uno que pasara por esa ventana pudiera ver, y así recordar, a la difunta anciana. Las ideas bromas y altares se disiparon rápidamente ante el recuerdo de la figura moviéndose, por lo que no podía ser un simple contorno de cartón de tamaño natural. Intenté, pero mi imaginación no llegaba tan lejos hasta dar con una solución que siguiera justificando mi hipótesis, por lo que descarté esta ocurrencia, y asumí que lo que veía era una persona de carne y hueso. Tomé nota en mi cabeza de algún día efectuar una broma, poner en una ventana que diera a la calle una figura humana de cartón, y ver las reacciones de la gente.
A esta altura ya me había subido al colectivo y, como estaba vacío, no ocuparon mi mente los típicos pensamientos de transporte lleno (dónde ubicarse estratégicamente para conseguir un asiento, usar la estadística, ver si alguien hace un gesto o una mirada como si se fuera a bajar). No, yo seguía pensando en la anciana. "Quizás encuentre entretenido asustar gente con su mirada fija, o quiera que jóvenes que dedican mucho tiempo a pensar en cosas inútiles se pregunten qué hace ahí", me decía a mí mismo. "Quizás esté mirando el bingo que hay enfrente, y no pueda ir más porque le prohibieron la entrada por arrancarle los pelos a otra anciana, consecuencia de una disputa", divertido, pero poco probable. "Quizás esté loca, o simplemente le guste mucho mirar por la ventana".
Al terminar el día, volvía a mi casa, ya con la cabeza pendiente de otras cosas que no vienen al caso, cuando pasé de nuevo por esa calle. Como todos los días, vi esa cara arrugada y silenciosa, vi esos ojos que me escrutaban sin decirme nada. Pasé las siguientes cuadras debatiéndome si llevar a cabo o no la idea que se me había ocurrido, para saciar mi curiosidad y dar fin a este tema, para así poder dormir tranquilo y centrarme en otras cosas, como encontrar una forma para evitar que el carnicero me moleste con su "¿Algo más?" cuando sabe que no voy a llevar nada más que lo de siempre. La solución consistía en ir a la ventana, saludar a la señora, y preguntar la pregunta. Claro que para eso había que superar la vergüenza de hablar con otro ser humano, y soportar la mirada de la gente, la de la anciana, y la que más pesa: la invisible mirada que me dice que estoy loco.
Estaba a punto de abrir la puerta del edificio cuando me di media vuelta y comencé a dirigirme con decisión firme a aquella casa, movido por una pequeña lucidez que me picaba con la pregunta "Ey, pero....¿Qué es lo peor que puede pasar?". Mientras caminaba experimentaba los nervios comunes, la sensación en la panza, el tartamudeo en el pecho que anticipaba a las palabras posiblemente tartamudeadas a la hora de hablar.
Ahí estaba. Quieto, frente a ella, dos lunáticos que se observaban separados por un vidrio. Esbocé una sonrisa que reveló mi cara de tonto, y di dos golpecitos suaves a la ventana. La mujer, que de repente mostró un semblante preocupado, se aseguró de que la ventana estuviera bien cerrada. Como apurada bajó una persiana. Se siguieron escuchando ruidos que sonaban a más medidas preventivas, ya excesivas a mi parecer. También sonaron unos leves gritos agitados e imperceptibles.
No sé si alguien había llegado a contemplar la escena, supongo que habrá sido muy extraña y algo graciosa desde afuera. Volví a mi casa fingiendo que nada había pasado y que yo era una persona normal. Lo más triste de todo es que nunca vi de nuevo a la mujer. Espero no haberle quitado una de sus distracciones, o haberla matado de un infarto.           

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