domingo, 17 de febrero de 2013
Dudosos inventos VII
Quiero que imagines un espejo que refleja a uno de los animales feroces y puros de la naturaleza. Permanece inmóvil e impasible bajo el cielo, algo escondido, rodeado de moscas tímidas. No emite sonido, sólo mira penetrante al frente, desposeído de sus percepciones, porque vos te lo figurás así, antropomorfo. Y no, quiero que todo lo que imagines carezca de inmundicia humana, o sea que no te deseo, ni a mí, ni a ninguno de mis hermanos. Por eso no te pido pintar un paisaje, porque sería en torno a la civilización y, si bien no soy un destructor, yo busco el quiebre de toda máscara, derrumbar tu escenografía de fondos falsos. Si se me quiere llamar pecador no me alteraré, tampoco si se me acusa de soberbio, pues son cosas muertas sin sol, la piedra oscura que degrada al majestuoso león. Ah ¿no te habías imaginado un león? No importa, ni siquiera debería hablar tanto con vos, siendo el dueño de otras realidades, cruzando el umbral entre el patíbulo y el cosmos. Mi cabeza navega entre estrellas, la sangre que se desprende gotea los bancos de la plaza. Escuchen mis palabras; soy el jinete decapitado, y ustedes no pueden ni imaginarse un león.
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