Voy a fabricar una bomba de exterminio y borrar cada pie que se sostiene de este suelo. Derribaré todo muro, mi bomba va a ser como un grito destructor que irradia rayos dorados. Y me regodearé desde lo alto de una pila de huesos miserables, escupiendo los restos sobrevivientes mientras un coro de ángeles incita mis sentidos con sus dulces cantos. Al desaparecer el sol impediré que su resplandor acaricie delicadamente la putrefacción.
Si las palabras se siguen degradando no podré descansar en paz, no dormiría tranquilo. No soporto respirar en esta caja patética, ni la vergüenza de lo efímero, de cualquier vano intento. Por eso me monto en esta luna eclipsada que es como la noche de los pájaros más tristes, y con mi semblante indiferente tomo una gran bocanada de aire y exhalo todo mi pecho, de donde surgen ideas de soles negros y alimañas, y cada una de ellas es una ley quebrantada, una moral en llamas, el llanto de una virgen. Entonces la inocencia se convierte en asesina y el pudor se baña en la sangre de los árboles, y los humanos escapan de la terrible desaparición de todo-lo-existente, para finalmente no volver a empezar nada.
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