El cadáver absoluto desea más que nada añorar algo. La luz infrarroja lo invoca y lo quema en las delicias de la superstición mientras mi dulce cuerpo de buen azar momentáneo cierra las cortinas que ocultan el misterio. El finísimo hilo plateado se corta con el transcurrir de la ruta. De repente, muere el narrador o explotan mis aullidos, se derriten. Junto a mi grito de miel se deforma la abeja perseguidora, aumenta la velocidad y tres dudas se desvanecieron de mis oídos.
Las calles son frías para el que no sabe mirar, y para el que sabe, también. Sólo la magia trae algún tipo de llave que encierra, pero no, eso tampoco se traduce al idioma de tus ojos. El cadáver absoluto sigue ahí, calentito. Apostaría un brazo por saber cómo sería vivir con sólo un brazo. Me tiraría al agua porque no sé nadar, vestido con mi mejor traje. Esto que no es música sirve para jugar, todo lo otro es como un bla bla donde se erigen las ciudades políticas de los hombres. Y tu pecho te incomoda, te hace sentir que soy un tonto, y es un poco por eso por lo que mi silencio valió la pena.
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