Mis piernas llegan a su destino, quedan inmóviles en la tranquilidad del hogar. Sin incertidumbre, sin ambición de conquista, estáticas. En la quietud nace el momento de más arte, se dilucida la niebla de los ojos, y el frío de la noche hiela mis huesos pero enciende mi alma. Todo lo recorrido bajo el sol se condensa, los movimientos se confunden en palabras falsas, pero bellas. Surgen de un brillo como de luz, imperceptible ante cualquier mirada, que corrompe con el lenguaje indigno, e inventa la engañosa verdad. Flaquea mi mente, desolada, en un vano intento de conciliar las palabras con las cosas. Vaga errante por un mar de definiciones inexistentes en el mundo. Mira las olas de espuma y aguas heterogéneas, con ojos que realmente desean ser alas para remontar el cielo inalcanzable. Bajo la decepción de la imposible tarea, se oculta mi cabeza en el umbral que la separa a sí misma y a los verbos. Desespera y se calma en los labios cómplices, que pronuncian algo que jamás quiso decir, que nadie jamás sabrá.
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