Yo estaba en mi camino a Suecia, el avión no era muy grande, porque venía de España y queda cerca. A mi lado se sentaba una vieja con las prendas íntimas al aire, la gente copada se sentaba atrás, maldigo mi suerte. Lo peor es que pagué más por un supuesto mejor lugar.
Era un cazador oculto, precisando una mujer que no me veía, el problema es que yo tampoco a ella. Entre decepción y una corta siesta, llegamos y ¡dios nos salve! la belleza de las frías tierras escandinavas era magnífica. Sólo opacada por esa hermosa hippie. Guarda con los gigantes, me dije. Debía tenerla, y para eso ser el primero en hablarle para conquistarla.
Por suerte íbamos todos juntos en un tour, llamado El Paladar, porque viajábamos por Europa para ver las distintas culturas gastronómicas de los países. Un asco hasta ahora, pero lo vale porque ya he visitado el Louvre y las tumbas de los pensadores iluministas franceses. Una anestecia fue Alemania, pues caí enfermo por esas horribles salchichas y me quedé solo en el hotel tres días.
Mi meta era besar a la hippie mientras viéramos la aurora boreal sin que huela a frituras como en Holanda. Su sonrisa cálida me hacía ignorar las bajas temperaturas. Sí, ciertamente sería mía.
Empezamos a caminar hacia el micro que nos llevaría al hotel. En mi cabeza sonó un grito de guerra y comencé mi camino para hablarle. Cuánta desilusión al descubrir que aquella hippie tenía novio. El resto del viaje lo hice con una sonrisa fingida.
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