viernes, 31 de mayo de 2024

Nora Cortiñas, la memoria y nuestro futuro

    En la escuela siempre vi los actos sobre la memoria como algo bastante goma. Esto es, los daba por sentado y entonces los consideraba vacíos, obvios. Obvio que la dictadura estuvo mal, obvio que tenemos que recordar, etc., pero…¿en serio es necesaria tanta insistencia año tras año?

    Ahora lo veo de otra manera. Esas cosas no son obvias para nada. Si algo nos mostraron los recientes acontecimientos políticos de nuestro país es que lo que creíamos que eran consensos básicos no parecen ser tales. Este cachetazo de realidad revela, por un lado, que hay muchos dinosaurios que nunca se fueron y, por otro lado, que aparecen nuevas generaciones que quizás no comparten esos presuntos consensos básicos. A los primeros, sencillamente creo que hay que combatirlos. Ahora bien, ¿qué pasa con los niños, los adolescentes? Con ellos esto parece ser más complejo.

    En primer lugar, no me resulta muy difícil comprender su postura. O sea, convengamos en que, durante la mayor parte de sus breves vidas, estas nuevas generaciones no experimentaron nada más que gobiernos kirchneristas/peronistas, con apenas un breve paso por el macrismo. Y no se les ha pasado por alto una de las mayores contradicciones del peronismo, a saber, un discurso en lo simbólico que sostiene que estamos muy bien (y que vamos a estar cada vez mejor) conviviendo con una realidad económica y social que indica que estamos muy mal (y que vamos a estar cada vez peor). Además, si bien me parece una burda exageración decir que hay adoctrinamiento en las escuelas, creo que es cierto que se respira un ambiente de aceptación irreflexiva del progresismo. Si un estudiante no entiende o no comparte la importancia de los discursos emancipatorios, sean sociales, feministas, decoloniales, etc., no se logra nada con demonizarlo más que acentuar la brecha política y la radicalización.

    Entonces, bien, puedo entender el absoluto desencanto con el peronismo. Lo que me cuesta entender —y me motiva a escribir este texto— es la siguiente pregunta: ¿acaso no aprendimos nada de la experiencia neoliberal menemista de los 90’?

    Yo era chiquito durante el 2001 pero tengo algunos recuerdos, flashes. Me acuerdo de la agitación social con la gente en las calles, del corralito, del desfile de presidentes en una semana (me causaba mucha gracia que uno de ellos se apellidara Puerta). Pero por sobre todas las cosas recuerdo que los nombres de Menem y Cavallo eran mala palabra, semejantes a un Voldemort. Hoy en día tenemos a otro Menem, de sangre joven, nuevamente en el poder, a Cavallo lo entrevistan en los medios como una eminencia en asuntos de materia económica y escuchamos otros nombres de viejos conocidos, tales como Sturzenegger, Bullrich, Francos. De vuelta, me surge la alarmante pregunta: ¿qué pasó?

    Lo primero que pienso es, bueno, justamente, por más chiquito que fuera yo durante el 2001, mis recuerdos están ahí, grabados a fuego. El horrible impacto que tuvo la crisis en la economía de mi familia se debía a sucesos que se rastreaban a Menem y culminaban con De la Rúa escapando en helicóptero. Entonces me surge una cierta analogía: así como yo crecí con las secuelas de los 90’ y del 2001, la gente más joven que yo creció más bien con las secuelas del kirchnerismo. Y quizás ellos ven al kirchnerismo como lo innombrable, así como yo veo eso en el menemismo.

    Bien, puede ser que haya un punto ahí. Algo relativo a la memoria personal, por así decirlo. Pero después desarrollo un poco más ese pensamiento y encuentro algo distinto. Vuelvo ahora al discurso goma sobre la democracia que mencioné al principio. Como dije, ahora no me resulta goma, sino de suma importancia. Porque ahí ya no se trata de la memoria personal; se trata de la memoria colectiva. Yo no estaba vivo durante la dictadura ni durante el regreso de la democracia y, sin embargo, lo siento en mi carne como una parte fundamental de mí. Creo que no supe comprender su valor mientras creía que estas cosas eran obvias.

    Y ahora se murió Nora Cortiñas. Nora, Norita, una pequeña abuela con un ímpetu gigante. Madre de muchísimas luchas, nos enseñó mediante su ejemplo a no rendirnos, a no bajar los brazos. Más allá de lo triste de la noticia, más allá de la piel de gallina que esto me causa, me pregunto…y ahora, ¿qué hacemos?

    Por empezar, aprender de nuestro pasado. Algo a simple vista tan sencillo como saber qué pasó. La información está ahí, a nuestro alcance. En segundo lugar, transmitirlo (que obviamente no es lo mismo que adoctrinar). Cada vez siento más presente una obligación moral de hablar y de escuchar, de resistir ante la salida fácil de la pereza intelectual y de la indiferencia ética. Las personas nacen y mueren, pero la transmisión colectiva de la memoria no está garantizada si nos quedamos de brazos cruzados. Así como uno a nivel individual adquiere experiencia a partir de sus vivencias, necesitamos hacer lo propio a nivel social.

    Cuando pienso estas cosas, me viene a la mente el poema que abre el libro Si esto es un hombre, donde Primo Levi relata la infernal experiencia de su paso por los campos de concentración nazis. Me parece apropiado traer el potente poema para cerrar este pequeño texto:

 

Si esto es un hombre

 

Ustedes que viven seguros

En sus cálidos hogares

Ustedes que al volver a casa

Encuentran la comida caliente

Y rostros amigos

Pregúntense si es un hombre

El que trabaja en el lodo

El que no conoce la paz

El que lucha por medio pan

El que muere por un sí o un no

Pregúntense si es una mujer

La que no tiene cabello ni nombre

Ni fuerza para recordarlo

La mirada vacía y el regazo frío

Como una rana en invierno

Piensen que esto ocurrió:

Les encomiendo estas palabras.

Grábenlas en sus corazones

Cuando estén en casa, cuando anden por la calle

Cuando se acuesten, cuando se levanten;

Repítanselas a sus hijos.

Si no, que sus casas se derrumben

Y la enfermedad los incapacite

Y sus descendientes les den la espalda.


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