Yacía pálida como la luna y fría de soledad, enmarcando recuerdos distantes llenos de besos de dolor. Cavilaciones de humo blanco que nacen y mueren en su soledad. Gritos ahogados que no se oyen en el espacio, no hay sonido, no hay sentimiento. Se adivinan mil músicas en las aguas negras donde duermen las estrellas. Oscuridad de infinita sabiduría, ¿A quién esperas para resplandecer? Ilumina a la luz con tu ausencia de brillo.
Solía ser joven, real, con un perro y un amor. Miraba por la ventana hacia arriba y sólo decorabas mi techo, el de todos, pero nada más que eso. Nuestro cielo inmortal, fábrica de eternidad divina, inspiración de poetas y corazones rotos. Ahora estoy aquí y lloro, mis ojos desdibujan los cuerpos celestes, quieren cerrarse pero ésta es mi condena, la del vagabundo espacial que merodea por este vacío donde el tiempo no existe ni en la mente. No le temo a la muerte, la anhelo y se me escapa, acaso nunca llegue a alcanzarla.
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