viernes, 31 de mayo de 2024

Nora Cortiñas, la memoria y nuestro futuro

    En la escuela siempre vi los actos sobre la memoria como algo bastante goma. Esto es, los daba por sentado y entonces los consideraba vacíos, obvios. Obvio que la dictadura estuvo mal, obvio que tenemos que recordar, etc., pero…¿en serio es necesaria tanta insistencia año tras año?

    Ahora lo veo de otra manera. Esas cosas no son obvias para nada. Si algo nos mostraron los recientes acontecimientos políticos de nuestro país es que lo que creíamos que eran consensos básicos no parecen ser tales. Este cachetazo de realidad revela, por un lado, que hay muchos dinosaurios que nunca se fueron y, por otro lado, que aparecen nuevas generaciones que quizás no comparten esos presuntos consensos básicos. A los primeros, sencillamente creo que hay que combatirlos. Ahora bien, ¿qué pasa con los niños, los adolescentes? Con ellos esto parece ser más complejo.

    En primer lugar, no me resulta muy difícil comprender su postura. O sea, convengamos en que, durante la mayor parte de sus breves vidas, estas nuevas generaciones no experimentaron nada más que gobiernos kirchneristas/peronistas, con apenas un breve paso por el macrismo. Y no se les ha pasado por alto una de las mayores contradicciones del peronismo, a saber, un discurso en lo simbólico que sostiene que estamos muy bien (y que vamos a estar cada vez mejor) conviviendo con una realidad económica y social que indica que estamos muy mal (y que vamos a estar cada vez peor). Además, si bien me parece una burda exageración decir que hay adoctrinamiento en las escuelas, creo que es cierto que se respira un ambiente de aceptación irreflexiva del progresismo. Si un estudiante no entiende o no comparte la importancia de los discursos emancipatorios, sean sociales, feministas, decoloniales, etc., no se logra nada con demonizarlo más que acentuar la brecha política y la radicalización.

    Entonces, bien, puedo entender el absoluto desencanto con el peronismo. Lo que me cuesta entender —y me motiva a escribir este texto— es la siguiente pregunta: ¿acaso no aprendimos nada de la experiencia neoliberal menemista de los 90’?

    Yo era chiquito durante el 2001 pero tengo algunos recuerdos, flashes. Me acuerdo de la agitación social con la gente en las calles, del corralito, del desfile de presidentes en una semana (me causaba mucha gracia que uno de ellos se apellidara Puerta). Pero por sobre todas las cosas recuerdo que los nombres de Menem y Cavallo eran mala palabra, semejantes a un Voldemort. Hoy en día tenemos a otro Menem, de sangre joven, nuevamente en el poder, a Cavallo lo entrevistan en los medios como una eminencia en asuntos de materia económica y escuchamos otros nombres de viejos conocidos, tales como Sturzenegger, Bullrich, Francos. De vuelta, me surge la alarmante pregunta: ¿qué pasó?

    Lo primero que pienso es, bueno, justamente, por más chiquito que fuera yo durante el 2001, mis recuerdos están ahí, grabados a fuego. El horrible impacto que tuvo la crisis en la economía de mi familia se debía a sucesos que se rastreaban a Menem y culminaban con De la Rúa escapando en helicóptero. Entonces me surge una cierta analogía: así como yo crecí con las secuelas de los 90’ y del 2001, la gente más joven que yo creció más bien con las secuelas del kirchnerismo. Y quizás ellos ven al kirchnerismo como lo innombrable, así como yo veo eso en el menemismo.

    Bien, puede ser que haya un punto ahí. Algo relativo a la memoria personal, por así decirlo. Pero después desarrollo un poco más ese pensamiento y encuentro algo distinto. Vuelvo ahora al discurso goma sobre la democracia que mencioné al principio. Como dije, ahora no me resulta goma, sino de suma importancia. Porque ahí ya no se trata de la memoria personal; se trata de la memoria colectiva. Yo no estaba vivo durante la dictadura ni durante el regreso de la democracia y, sin embargo, lo siento en mi carne como una parte fundamental de mí. Creo que no supe comprender su valor mientras creía que estas cosas eran obvias.

    Y ahora se murió Nora Cortiñas. Nora, Norita, una pequeña abuela con un ímpetu gigante. Madre de muchísimas luchas, nos enseñó mediante su ejemplo a no rendirnos, a no bajar los brazos. Más allá de lo triste de la noticia, más allá de la piel de gallina que esto me causa, me pregunto…y ahora, ¿qué hacemos?

    Por empezar, aprender de nuestro pasado. Algo a simple vista tan sencillo como saber qué pasó. La información está ahí, a nuestro alcance. En segundo lugar, transmitirlo (que obviamente no es lo mismo que adoctrinar). Cada vez siento más presente una obligación moral de hablar y de escuchar, de resistir ante la salida fácil de la pereza intelectual y de la indiferencia ética. Las personas nacen y mueren, pero la transmisión colectiva de la memoria no está garantizada si nos quedamos de brazos cruzados. Así como uno a nivel individual adquiere experiencia a partir de sus vivencias, necesitamos hacer lo propio a nivel social.

    Cuando pienso estas cosas, me viene a la mente el poema que abre el libro Si esto es un hombre, donde Primo Levi relata la infernal experiencia de su paso por los campos de concentración nazis. Me parece apropiado traer el potente poema para cerrar este pequeño texto:

 

Si esto es un hombre

 

Ustedes que viven seguros

En sus cálidos hogares

Ustedes que al volver a casa

Encuentran la comida caliente

Y rostros amigos

Pregúntense si es un hombre

El que trabaja en el lodo

El que no conoce la paz

El que lucha por medio pan

El que muere por un sí o un no

Pregúntense si es una mujer

La que no tiene cabello ni nombre

Ni fuerza para recordarlo

La mirada vacía y el regazo frío

Como una rana en invierno

Piensen que esto ocurrió:

Les encomiendo estas palabras.

Grábenlas en sus corazones

Cuando estén en casa, cuando anden por la calle

Cuando se acuesten, cuando se levanten;

Repítanselas a sus hijos.

Si no, que sus casas se derrumben

Y la enfermedad los incapacite

Y sus descendientes les den la espalda.


viernes, 16 de febrero de 2018

De por qué se debe enseñar filosofía en las escuelas



          No sé la poesía porque lleno cada espacio de palabras y conceptos, cuando de lo que se trata es de aprender a manejar el silencio y, desde las sombras, atacar. Es el arte del impacto directo; un buen poeta es aquel que sabe derribar a sus lectores con unos pocos golpes. La proliferación del discurso, las largas cadenas de razonamientos, el vano afán de hacer siempre ulteriores precisiones, prosiguiendo obstinada e indefinidamente -albergando la esperanza de que en algún momento, finalmente, todo culmine en la imagen acabada de la verdad cerrada- ; todo eso, digo, atenta contra la naturaleza de la poesía.
          Sin embargo, el trabajoso esfuerzo sostenido tiene sus recompensas, y no carece por cierto de delicias. Lo profundo está vedado a los espíritus superficiales, los cuales, a causa de su infantil impaciencia, se ven privados de los secretos ocultos de las cosas. En su estrechez no son capaces de comprender cómo en la semilla está contenido todo el árbol, y también el mundo entero. No ven allí sino un cadáver, y de este modo desperdician lo que en realidad es la posibilidad misma de ilimitadas ramificaciones. Pocos son los despiertos que ven con claridad el justo valor de la disciplina y de la pasión, así como la relación entre ambas. Los durmientes, por su parte, las juzgan opuestas, y en sus delirios fantasean que el artista nació completo y que hizo su obra de golpe, tal como le venía a la cabeza.

          De golpe...golpe...algo resuena en mi cabeza. ¿No había dicho yo al principio que esto -el ataque certero- era precisamente lo que hacía el poeta? Bueno, pero eso no significa que el arte esté exento de estudio, de repasos y repeticiones tantas veces áridos, de intentos fallidos y frustración. La sublime pieza terminada tiene por detrás y por dentro una inmensa historia. Justamente, ignorar esto es propio de los espíritus superficiales.

II
          Desde hace tiempo que pienso que el desarrollo de las tecnologías, si bien nos reportan incontables beneficios, traen como nefasta consecuencia la exacerbación de nuestro gusto por la inmediatez y aversión por la disciplina. Un video es mucho más vívido y estimulante que un libro; las redes sociales y celulares, en lugar de limitarnos a mirar pasivamente una pantalla, nos permiten la interacción: chateamos por whatsapp, jugamos al candy crush, compartimos memes y publicaciones políticas, ponemos me gusta, me entristece o me enoja.
          Estos elementos, junto con muchos otros, constituyen el arma perfecta contra la paciencia, que es una de las condiciones básicas para cualquier tipo de construcción que se pretenda estable y duradera.
          ¿Nunca fueron pasando de a tramos un video de youtube de dos o tres minutos porque les aburría verlo todo de corrido? ¿Y nunca se quejaron, cuando les pasan un video de quince minutos, de que era muy largo? ¿Alguna vez vieron un link a una nota que tiene unos nueve párrafos, y ni siquiera intentaron leerla porque les resultaba de una extensión abrumadora?
          Quiero aclarar en este punto que todas estas cosas que señalo con el dedito acusador las he padecido y padezco. No son críticas de alguien que esté por encima; admito y lamento hallarme inmerso en esta lógica. Muchas veces me pregunto cómo puede ser que no tenga veinte minutos de sobra, considerando la cantidad de días enteros que he gastado (aprovechado, diría la parte de mí que acude en mi defensa) viendo series y películas, tanto las insulsas como las obras maestras, y cómo puede ser que me dé paja (aquí ya asumo el completo abandono del pretendido estilo elevado del principio) leer una nota de a lo sumo dos páginas, siendo que estudio uan carrera con una enorme carga bibliográfica.
          Creo que se trata de una creciente tendencia a la pereza, y cualquier tipo de esfuerzo cada vez más va a tomar para nosotros la forma de lo externo, de la obligación y la imposición. En otras palabras, me gustaría estar todo el día tirado viendo memes, pero hay causas externas que me obligan a moverme. No haber nacido rico me fuerza a trabajar, el mandato de que debo realizarme como miembro prestigioso de la sociedad me lleva a estudiar una carrera como medio respetable de ganarme el sustento, y voy al gimnasio porque quiero llegar al verano, coger, y parecerme a la gente linda de la tele. Pero claro, si pudiera, haría toda la carrera sin tocar ni un solo apunte, porque no es un fin en sí mismo, sino un medio para otra cosa. Esta mentalidad queda muy bien resumida bajo lo que me gusta llamar la fórmula sprayette: "llame ya, y obtenga en seguida todos los beneficios sin tener que hacer esfuerzo alguno".
          Pero, entonces, ¿cuál es el fin por el cual la gente hace todas esas cosas? El objetivo suele ser alcanzar el ideal del millonario que ya tiene todo resuelto, y no tiene más que disfrutar de la existencia, tomando un martini en la pileta de su lujosa mansión. Por mi parte, creo que los que no ven el vacío y el hastío de ese estilo de vida no se han detenido a reflexionar seriamente sobre lo que implica. Sólo el diablo concedería semejante deseo, y los únicos que aceptarían tal oferta son aquéllos que ignoran lo gris que sería todo si se volviera realidad.

III
           Mi cruzada es contra el siguiente esquema, que se encuentra profundamente enraizado en la mentalidad de la sociedad:

Movimiento
Dolor
Malo
Externo
Medio
Quietud
Placer
Bueno
Interno
Fin
 
Uno de los ámbitos donde más presente está este esquema, y uno de los que más indignación me genera, es en la escuela. El sistema educativo obliga a los estudiantes, desde que son niños, a un esfuerzo constante, sin molestarse en mostrar la utilidad y el placer que hay en la matemática, la música, o la educación física, por mencionar algunos casos.
          Este sistema se mantiene por la coerción ejercida por padres, docentes y directivos, por el valor social que da importancia a la educación (siempre institucional, claro está) y a los títulos que expide la escuela, y por el mecanismo de castigo/recompensa que es la nota. No resulta sorprendente que una maquinaria tan tremenda sea sumamente eficaz, y suele generar una aversión al estudio y al conocimiento. Esto me parece verdaderamente terrible; ¿cómo puede alguien ser libre y activo en sus decisiones vitales si se le inhibe el pensamiento, si se le arrebatan las herramientas para ejercer el examen de uno mismo, única forma de llevar adelante una vida que pueda llamarse plena y feliz?

IV
          Creo que mis vueltas iniciales sobre la poesía buscaban desembocar en esta última pregunta. Sólo ella es lo sustancial; todo lo anterior es accesorio. Nuevamente se manifiesta mi imposibilidad de decir las cosas de una manera clara, breve e impactante. Pero bueno.
          Cuando pienso en esta pregunta en relación con estudiantes de secundaria, realmente me da rabia y me angustio. No exagero; esta situación me da ganas de llorar. Es muy difícil mostrar a jóvenes sumidos en la inmediatez el atractivo del esfuerzo y la disciplina. Se requiere para ello de un artista dotado de una habilidad para nada despreciable; un poeta que los impacte y despierte un poco.
          Me parece que, en este sentido, soy un muy mal docente. SIrvo más a quienes ya están persuadidos de esta verdad que es el corazón del presente texto. Con todo, recién empiezo, y no voy a dejar de intentar construir mi poesía, con la esperanza de que alguna vez choque con oídos compatibles para escucharla. Es una armonía sumamente preciada y rara. Su realización efectiva, cuando se reflexiona sobre ella, parece requerir de un milagro; es de una naturaleza casi divina.



PD: ¿Se podría resumir todo lo dicho aquí en un #hashtag? Quizá el artista-pedagogo-emancipador social por venir no sea sino quien posea la habilidad de hacerlo satisfactoriamente. Ciertamente, yo no lo soy. Pero me gustaría serlo; es el camino que busco recorrer.

miércoles, 1 de junio de 2016

Ninguno de Ellos

El portero del edificio, su esposa e hijo, el peluquero de la esquina, la pareja de la verdulería de la otra cuadra, el tipo que pide monedas, las prostitutas rondando el albergue transitorio a la tarde, los extraños y conocidos de calles tan familiares, recorridas incontables veces, numerosos kiosqueros sin nombre, Rivadavia en todo su mugriento y oloroso esplendor, llena de miseria y silencio entre bocinas y semáforos, los enterrados empleados del subte, en su monotonía, junto con los guardias y policías que no tienen nada que hacer, el maquinista anónimo, alienado, el que da un chupetín por dinero, el que ofrece medias por dinero, el que toca la guitarra por dinero, el que da pena por dinero, el tipo de traje y anteojos, el adolescente escuchando música, los que se besan, el padre con la hija, los pasajeros hipnotizados por sus celulares, la de la límpida voz que anuncia Carabobo, Primera Junta que abre sus puertas del otro lado, nuevamente el sol iluminando los muertos rostros de los mismos personajes, con sus mismas vidas insípidas, sólo que un barrio más para acá, el frío/calor que ofrece tema de conversación, los autos conducidos por impacientes e iracundos, el linyera que ya ni es humano para la respetable sociedad, la facultad donde circulan los jóvenes bellos, talentosos, interesantes, los experimentados profesores con sus renombradas cátedras, los militantes, múltiples personas y personalidades, la mentirosa socialización, la hipocresía, la charla interesada, el cinismo, la estupidez y la locura, mi cuerpo que tiembla, rodillas flaqueando, cediendo, el grito, el grito, el tan esperado grito liberador, muy necesario pero que nunca llega, los jadeos, la inmensidad abrumadora, las tinieblas que acechan, los ojos que se cierran y.... la represión, la máscara, la sonrisa, la falsedad, el chiste, la gentileza, desde y hasta la eternidad, una y otra vez, con mis conocidos, mis compañeros, mis colegas, mis amigos, mis amantes, mis amores, mi familia, mis padres; de todos ellos ninguno me vio llorar.

lunes, 28 de marzo de 2016

cavilaciones


EL UNICO DESEO ES ACABAR CON TODO DESEO

Ésa es la máxima que promueve la oscuridad
quiere acallar los miedos, las faltas
cayendo de modo definitivo
suavemente en un letargo

Ahora mismo me hallo encerrado
como horizonte, sólo tengo angustia
mi pensamiento delinea sus bordes
sin ser capaz de atravesarlos

Acostumbrado ya a este melancólico encierro
me entrego al familiar estado febril
esta inclinación me visita todas las noches
para abandonarme al llegar la vigilia

Soy tan endeble
me encuentro inerme frente al azote de estos humores
que quieren la muerte de la vida
ennegreciéndolo todo a su paso

Es en mí; sobre mí
es en mis pensamientos; sobre mis pensamientos
¿Acaso esto es lo que se siente
coquetear con la locura?

Quisiera poder poner un freno
romper la tensión;
de lograrlo, yo me volvería un místico
un yo que no es yo sino todo
puro ser o pura nada
me sobrepondría al tiempo
y al mundo
aunque en verdad, mi deseo no es tan metafísico

Simplemente quiero ser yo
pleno dueño de mí
de esta forma
viajaría a distintas emociones
manejándolas a gusto
no vendrían de nuevo fantasmas a espantarme
sonreiría más cuando estoy solo
no tendría miedo
dejaría de llorar confundido
no apretaría los dientes en frustración
temblaría de éxtasis y no de temor

Si así fuera
controlaría cómodo esta energía
en lugar de padecerla
como un esclavo
antes de dormir
noche
tras
noche

miércoles, 6 de enero de 2016

Filo-sofía

Entre tanto camino recto, cualquier desnivel es bueno.
Al menos despierta, inquieta.
El gris estático es un veneno lento, silencioso.
Apenas hay un constante mecer, uniforme, casi imperceptible, que invita a abandonar la vigilia.
Es el ensueño aquel entrelugar escapatorio: la ilusión de movimiento.

Maldito sea el pensamiento, aquel hábil simulador de todo lo que él no es. Maldito sea el arte, también.
Pensar es un engaño, soñar es un engaño. Son cadenas que parasitan los párpados, agotándolos, hundiéndolos, derribándolos.

La frialdad de la reflexión, estéril como un cadáver, representa el olvido de que se puede sentir. Aún más: se debe sentir.
Es lo único que hay, acompañado por el miedo de la certeza de la muerte.

Apelando no a una conciencia recortada, sino a una vida concreta, estas ideas obtienen realidad.
No se precisa, ni nunca se precisó, cadena argumental alguna (de nuevo las cadenas).
Quizás aquello que requiera incontables rodeos sea mentira, invención, o peor, actividad inútil. Más bien, actividad que es una anti-actividad.


Podría ser una neutralización.
Tal vez el ser no sea así, pero el ser humano es dual (hipótesis, conjetura, hilo conductor de estas palabras, no sentencia inmutable). Sólo sabe jugar con el doble filo.
Uno de los errores más grande de la historia es la concepción que sostiene que se puede tomar uno de los dos caminos. Que se puede lo bueno sin lo malo. Que se puede lo alto sin lo bajo. Incluso -se sostiene todavía hoy- que se puede la vida sin la muerte.
Error.
Nefasta necedad que inclina a la ceguera. Es el inicio originario de la reflexión: ¿Cómo puedo tener vida sin muerte? ¿Cómo se supera, cómo se vence, cómo se deja-de-sufrir?
Ante preguntas imposibles sólo se puede contestar con quimeras. Es entonces que se construyen las cadenas (por tercera vez, cadenas). No hay vergüenza más grande que la esclavitud voluntaria. Elegir los propios grilletes no los hace menos pesados.
Los relatos cobardes oprimen, enceguecen. Aquello que es evidentemente dual pasa por la severa revisión del pensamiento, que no tiene mejor idea que llevar a cabo una inversión. Juzga que es el mundo inmediato, y no él, el que miente. Por eso al sentir le incomodan las sentencias de la metafísica.
De este modo, lo que se manifiesta como dual, en REALIDAD es MONOLITICO.
El mal es la ausencia de bien. Aquél que es bueno no sufrirá, vencerá a la muerte. Toda ulterior apelación es conjurada con explicaciones agregadas.
Conforman un sistema, un edificio perfectoque se pretende perfecto, sin huecos, sin nada más que lo uno. Esta amalgama de calmantes es la mayor abominación de la historia. Y de aquí la mencionada neutralización.
La espada de doble filo resiste íntegra o nada en absoluto.
Se piensa que se puede desechar la hoja del mal, manteniendo la otra, para empuñarla firmemente contra los miedos, sin peligro de ser lastimado por el contra-filo, el filo-malo. Éste no tiene otro nombre más que nada o error. El filo-bueno ha sido, tradicionalmente, la filo-sofía. La respuesta, la única, la salvadora.

No es así.
Al modificar la espada, se destruye.
Si no hay mal, todo es para bien.
Si todo es para bien, no hay vida.
¿No es irónico que el miedo a la muerte y el afán por aferrarse al ser conduzcan a la quietud, característica fundamental de la no-vida? La neutralización. Lo gris inmóvil.

Nos duele vivir sin ser dios.
Nos duele porque sabemos su concepto -lo podemos pensar- al mismo tiempo que nos sabemos débiles, vulnerables.
Meramente comprender la posibilidad de la idea de que el mal puede no existir, y de que haya sólo bien, es desgarrador. Es terrible.
Es apenas el primer paso
el primer romper las cadenas
el primer acercamiento al nihilismo, al no-hay-dios
a reivindicar este mundo, con sus dolores, sus parcialidades y perspectivas
a poder SENTIR.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Dormir



Las luces apagadas. El ruido de la heladera va y viene, confundiéndose con el fondo de pensamientos cada vez más oníricos. Divagues, qué hora es y cuánto tiempo hay de descanso hasta mañana, algún plan que es importante no olvidar. Más profundo, menos articulación, menos texto. ¿Se reprime durante la noche? ¿Hay un otro que piensa, que selecciona, que recorta, decide y siente? Al volver la conciencia sólo quedan huellas, imposible rastrearlas. Respirar. Marcar un ritmo constante al inhalar y exhalar ayuda a conciliar el sueño. Cualquier actividad, de hecho, mientras sea sencilla, irreflexiva y repetitiva; irreflexiva y repetitiva; irreflexiva y repetitiva. Ser como una máquina. Contar ovejas. Trabajar no es más que acallar la mente para dejar al cuerpo hacerse cargo, volviendo todo un proceso fisiológico. Pero algo falla. Algo golpea, quiere salir. El yo no está listo para apagar las luces (por más que ya lo estén en la habitación y en toda la casa). Es un estado intermedio, tortuoso, donde el tiempo se vuelve un río, y el transcurso de un instante no se distingue del de una hora. Mirar el celular es hacer trampa, es abandonar dicho lugar y decantarse por la vigilia. Flotando en la cama uno se enfrenta con lo que realmente le pasa. Ella intentó ignorarlo varias noches, pero el silencio la hostigaba. El aturdimiento deliberado hacía cada vez menos efecto. Un libro, un juego, deambular y volver a intentar. Se fascinaba por su tormento. Todos los conocimientos que poseen los seres humanos, especialmente de moléculas, carnes y astros, y aún así somos un misterio para nosotros mismos. "¿Para qué sirve el cuerpo si no se puede dormir?" pensaba. Pero esto ya venía pasando desde hacía mucho, no eran ideas nuevas. Pensar en la falta también era una costumbre para ella. La indecisión la hacía retorcerse. ¿Cómo saber si una carencia es culpa del mundo o es propia? Para lo primero, estoicismo, y para lo segundo, responsabilidad y acción. Lo incómodo es que el tiempo pasa aunque uno esté estancado en sus resoluciones. Y ella ya no sabía qué hacer. Le surgían viejos recuerdos que la hacían rabiar (indicio de que el problema sigue fresco). Con los ojos se ve lo que está enfrente (oscuridad), y el cuerpo yace en una cama, pero la mente ve lo que quiere ver, y está donde quiere estar. Este querer no tiene nada que ver con la voluntad del yo, y eso es lo desesperante. Ella estaba viéndose como en una película, noche tras noche. La actriz era una marioneta controlada por la fantasía: a través de sus acciones la espectadora se castigaba en la amarga reflexión de sus recuerdos. En verdad, no era tanto una reflexión, porque esos procesos ya se habían llevado a cabo incansablemente. El lector desinteresado podría pensar que, entonces, esto ayudaría a dormir. Sin embargo, en este caso la repetición no hacía callar, sino que era activa, reviviendo dolores antiguos. Lo que una vez estuvo, ya no está más. Esta ausencia provoca una revisión de todo el pasado a la luz de ella (irónico, la luz de una ausencia, una luz que refuerza el hecho de que eso desapareció). Es el problema de la experiencia: altera las vivencias, y las más de las veces las enturbia, porque con el paso del tiempo todo se muere, se pierde o se rompe. Ella lo cuidaba. Lo que queda es la pregunta de si valió la pena, sobre todo en noches de insomnio irresoluble. Ella lo cuidaba. Naturalmente, lo consideraba valioso. Tal era así que incluso en su partida ella seguía confiriéndole sustancia, aunque fuera en la forma de un hueco. Al mantener la grieta, ella misma se agrietó, y es eso lo que duele y no deja dormir. No fue que ella dejó de adorarlo. Si hubiera sido así, entonces no sufriría ninguna falta. No se extraña lo que no se quiere. A ella, que cuidaba, la abandonaron. Ya hace rato que está la luz prendida; cuando uno persigue los problemas que lo persiguen a uno, puede despedirse de intentar conciliar la tranquilidad. Esto lleva a la patética escena de la solitaria inacción inundada de luz. Ahí es que la quietud de los muebles iluminados señala y acusa. De nuevo ella, sentada en su cama, mirando vacíamente al frente, piensa: "No puede ser tan difícil algo tan sencillo". Algo tan sencillo, cerrar los ojos, saber qué aqueja, saber qué hacer. No puede ser tan difícil, dormir, conocerse, actuar. Las palabras nunca podrán reemplazar a las acciones, por mucho que inspiren. Ella, contemplando la puerta, el escritorio, está cansada de palabras. Pero ella, moviendo sin propósito sus ojos, sus articulaciones, no tiene la menor idea de cómo obrar, por lo que cae una vez más en el punto cero. Ya quiso reprimir, y ya quiso rememorar. Se precisa una acción. Debía cuidarse ella misma, y dejar de depender de su esclavo para sentirse ama. Debía dejar ir, debía encontrar el cierre (aunque ningún cierra sea definitivo).

Luego, se levantó de una vez de la cama, y con resolución juntó toda memoria, toda lágrima, todo objeto del pasado que la encadenaba. Los juntó y se puso a caminar alrededor. Los vivió, los sintió, los pensó. La adrenalina la desbordaba. Se admitió sinceramente quién era hasta ese momento, y con firmeza se miró al espejo, apretujando los dientes. Bañada en lágrimas se gritó quién quería ser, y una vez éstas cayeron al pérfido montón, ella llevó a cabo la acción. El sufrimiento y la incertidumbre encuentran su límite en el hartazgo y en el valor. Y ella tuvo el valor.

Finalmente apagó las luces, y exhausta, se desplomó en la cama.

Miércoles 29/07/2015, a las 2:15