En la escuela siempre vi los actos sobre la memoria como algo bastante goma. Esto es, los daba por sentado y entonces los consideraba vacíos, obvios. Obvio que la dictadura estuvo mal, obvio que tenemos que recordar, etc., pero…¿en serio es necesaria tanta insistencia año tras año?
Ahora lo veo de otra manera. Esas
cosas no son obvias para nada. Si algo nos mostraron los recientes acontecimientos
políticos de nuestro país es que lo que creíamos que eran consensos
básicos no parecen ser tales. Este cachetazo de realidad revela, por un lado,
que hay muchos dinosaurios que nunca se fueron y, por otro lado, que aparecen
nuevas generaciones que quizás no comparten esos presuntos consensos básicos. A
los primeros, sencillamente creo que hay que combatirlos. Ahora bien, ¿qué pasa
con los niños, los adolescentes? Con ellos esto parece ser más complejo.
En primer lugar, no me resulta muy
difícil comprender su postura. O sea, convengamos en que, durante la mayor
parte de sus breves vidas, estas nuevas generaciones no experimentaron nada más
que gobiernos kirchneristas/peronistas, con apenas un breve paso por el
macrismo. Y no se les ha pasado por alto una de las mayores contradicciones del
peronismo, a saber, un discurso en lo simbólico que sostiene que estamos muy
bien (y que vamos a estar cada vez mejor) conviviendo con una realidad
económica y social que indica que estamos muy mal (y que vamos a estar cada vez
peor). Además, si bien me parece una burda exageración decir que hay
adoctrinamiento en las escuelas, creo que es cierto que se respira un ambiente
de aceptación irreflexiva del progresismo. Si un estudiante no entiende o no
comparte la importancia de los discursos emancipatorios, sean sociales,
feministas, decoloniales, etc., no se logra nada con demonizarlo más que
acentuar la brecha política y la radicalización.
Entonces, bien, puedo entender el
absoluto desencanto con el peronismo. Lo que me cuesta entender —y me motiva a
escribir este texto— es la siguiente pregunta: ¿acaso no aprendimos nada de la
experiencia neoliberal menemista de los 90’?
Yo era chiquito durante el 2001 pero
tengo algunos recuerdos, flashes. Me acuerdo de la agitación social con la
gente en las calles, del corralito, del desfile de presidentes en una semana
(me causaba mucha gracia que uno de ellos se apellidara Puerta). Pero por sobre
todas las cosas recuerdo que los nombres de Menem y Cavallo eran mala palabra,
semejantes a un Voldemort. Hoy en día tenemos a otro Menem, de sangre joven, nuevamente en el poder, a Cavallo lo entrevistan en los medios como una
eminencia en asuntos de materia económica y escuchamos otros nombres de viejos
conocidos, tales como Sturzenegger, Bullrich, Francos. De vuelta, me surge la
alarmante pregunta: ¿qué pasó?
Lo primero que pienso es, bueno,
justamente, por más chiquito que fuera yo durante el 2001, mis recuerdos están
ahí, grabados a fuego. El horrible impacto que tuvo la crisis en la economía de mi familia se
debía a sucesos que se rastreaban a Menem y culminaban con De la Rúa escapando
en helicóptero. Entonces me surge una cierta analogía: así como yo crecí con
las secuelas de los 90’ y del 2001, la gente más joven que yo creció más bien
con las secuelas del kirchnerismo. Y quizás ellos ven al kirchnerismo como lo
innombrable, así como yo veo eso en el menemismo.
Bien, puede ser que haya un punto
ahí. Algo relativo a la memoria personal, por así decirlo. Pero después
desarrollo un poco más ese pensamiento y encuentro algo distinto. Vuelvo ahora
al discurso goma sobre la democracia que mencioné al principio. Como dije,
ahora no me resulta goma, sino de suma importancia. Porque ahí ya no se
trata de la memoria personal; se trata de la memoria colectiva. Yo no estaba
vivo durante la dictadura ni durante el regreso de la democracia y, sin
embargo, lo siento en mi carne como una parte fundamental de mí. Creo que no
supe comprender su valor mientras creía que estas cosas eran obvias.
Y ahora se murió Nora Cortiñas.
Nora, Norita, una pequeña abuela con un ímpetu gigante. Madre de muchísimas
luchas, nos enseñó mediante su ejemplo a no rendirnos, a no bajar los brazos.
Más allá de lo triste de la noticia, más allá de la piel de gallina que esto me
causa, me pregunto…y ahora, ¿qué hacemos?
Por empezar, aprender de nuestro
pasado. Algo a simple vista tan sencillo como saber qué pasó. La
información está ahí, a nuestro alcance. En segundo lugar, transmitirlo (que
obviamente no es lo mismo que adoctrinar). Cada vez siento más presente una
obligación moral de hablar y de escuchar, de resistir ante la salida fácil de
la pereza intelectual y de la indiferencia ética. Las personas nacen y mueren,
pero la transmisión colectiva de la memoria no está garantizada si nos quedamos
de brazos cruzados. Así como uno a nivel individual adquiere experiencia a
partir de sus vivencias, necesitamos hacer lo propio a nivel social.
Cuando pienso estas cosas, me viene
a la mente el poema que abre el libro Si esto es un hombre, donde Primo
Levi relata la infernal experiencia de su paso por los campos de concentración
nazis. Me parece apropiado traer el potente poema para cerrar este pequeño texto:
Si
esto es un hombre
Ustedes
que viven seguros
En
sus cálidos hogares
Ustedes
que al volver a casa
Encuentran
la comida caliente
Y
rostros amigos
Pregúntense
si es un hombre
El
que trabaja en el lodo
El
que no conoce la paz
El
que lucha por medio pan
El
que muere por un sí o un no
Pregúntense
si es una mujer
La
que no tiene cabello ni nombre
Ni
fuerza para recordarlo
La
mirada vacía y el regazo frío
Como
una rana en invierno
Piensen
que esto ocurrió:
Les
encomiendo estas palabras.
Grábenlas
en sus corazones
Cuando
estén en casa, cuando anden por la calle
Cuando
se acuesten, cuando se levanten;
Repítanselas
a sus hijos.
Si
no, que sus casas se derrumben
Y
la enfermedad los incapacite
Y
sus descendientes les den la espalda.