miércoles, 30 de diciembre de 2015

Dormir



Las luces apagadas. El ruido de la heladera va y viene, confundiéndose con el fondo de pensamientos cada vez más oníricos. Divagues, qué hora es y cuánto tiempo hay de descanso hasta mañana, algún plan que es importante no olvidar. Más profundo, menos articulación, menos texto. ¿Se reprime durante la noche? ¿Hay un otro que piensa, que selecciona, que recorta, decide y siente? Al volver la conciencia sólo quedan huellas, imposible rastrearlas. Respirar. Marcar un ritmo constante al inhalar y exhalar ayuda a conciliar el sueño. Cualquier actividad, de hecho, mientras sea sencilla, irreflexiva y repetitiva; irreflexiva y repetitiva; irreflexiva y repetitiva. Ser como una máquina. Contar ovejas. Trabajar no es más que acallar la mente para dejar al cuerpo hacerse cargo, volviendo todo un proceso fisiológico. Pero algo falla. Algo golpea, quiere salir. El yo no está listo para apagar las luces (por más que ya lo estén en la habitación y en toda la casa). Es un estado intermedio, tortuoso, donde el tiempo se vuelve un río, y el transcurso de un instante no se distingue del de una hora. Mirar el celular es hacer trampa, es abandonar dicho lugar y decantarse por la vigilia. Flotando en la cama uno se enfrenta con lo que realmente le pasa. Ella intentó ignorarlo varias noches, pero el silencio la hostigaba. El aturdimiento deliberado hacía cada vez menos efecto. Un libro, un juego, deambular y volver a intentar. Se fascinaba por su tormento. Todos los conocimientos que poseen los seres humanos, especialmente de moléculas, carnes y astros, y aún así somos un misterio para nosotros mismos. "¿Para qué sirve el cuerpo si no se puede dormir?" pensaba. Pero esto ya venía pasando desde hacía mucho, no eran ideas nuevas. Pensar en la falta también era una costumbre para ella. La indecisión la hacía retorcerse. ¿Cómo saber si una carencia es culpa del mundo o es propia? Para lo primero, estoicismo, y para lo segundo, responsabilidad y acción. Lo incómodo es que el tiempo pasa aunque uno esté estancado en sus resoluciones. Y ella ya no sabía qué hacer. Le surgían viejos recuerdos que la hacían rabiar (indicio de que el problema sigue fresco). Con los ojos se ve lo que está enfrente (oscuridad), y el cuerpo yace en una cama, pero la mente ve lo que quiere ver, y está donde quiere estar. Este querer no tiene nada que ver con la voluntad del yo, y eso es lo desesperante. Ella estaba viéndose como en una película, noche tras noche. La actriz era una marioneta controlada por la fantasía: a través de sus acciones la espectadora se castigaba en la amarga reflexión de sus recuerdos. En verdad, no era tanto una reflexión, porque esos procesos ya se habían llevado a cabo incansablemente. El lector desinteresado podría pensar que, entonces, esto ayudaría a dormir. Sin embargo, en este caso la repetición no hacía callar, sino que era activa, reviviendo dolores antiguos. Lo que una vez estuvo, ya no está más. Esta ausencia provoca una revisión de todo el pasado a la luz de ella (irónico, la luz de una ausencia, una luz que refuerza el hecho de que eso desapareció). Es el problema de la experiencia: altera las vivencias, y las más de las veces las enturbia, porque con el paso del tiempo todo se muere, se pierde o se rompe. Ella lo cuidaba. Lo que queda es la pregunta de si valió la pena, sobre todo en noches de insomnio irresoluble. Ella lo cuidaba. Naturalmente, lo consideraba valioso. Tal era así que incluso en su partida ella seguía confiriéndole sustancia, aunque fuera en la forma de un hueco. Al mantener la grieta, ella misma se agrietó, y es eso lo que duele y no deja dormir. No fue que ella dejó de adorarlo. Si hubiera sido así, entonces no sufriría ninguna falta. No se extraña lo que no se quiere. A ella, que cuidaba, la abandonaron. Ya hace rato que está la luz prendida; cuando uno persigue los problemas que lo persiguen a uno, puede despedirse de intentar conciliar la tranquilidad. Esto lleva a la patética escena de la solitaria inacción inundada de luz. Ahí es que la quietud de los muebles iluminados señala y acusa. De nuevo ella, sentada en su cama, mirando vacíamente al frente, piensa: "No puede ser tan difícil algo tan sencillo". Algo tan sencillo, cerrar los ojos, saber qué aqueja, saber qué hacer. No puede ser tan difícil, dormir, conocerse, actuar. Las palabras nunca podrán reemplazar a las acciones, por mucho que inspiren. Ella, contemplando la puerta, el escritorio, está cansada de palabras. Pero ella, moviendo sin propósito sus ojos, sus articulaciones, no tiene la menor idea de cómo obrar, por lo que cae una vez más en el punto cero. Ya quiso reprimir, y ya quiso rememorar. Se precisa una acción. Debía cuidarse ella misma, y dejar de depender de su esclavo para sentirse ama. Debía dejar ir, debía encontrar el cierre (aunque ningún cierra sea definitivo).

Luego, se levantó de una vez de la cama, y con resolución juntó toda memoria, toda lágrima, todo objeto del pasado que la encadenaba. Los juntó y se puso a caminar alrededor. Los vivió, los sintió, los pensó. La adrenalina la desbordaba. Se admitió sinceramente quién era hasta ese momento, y con firmeza se miró al espejo, apretujando los dientes. Bañada en lágrimas se gritó quién quería ser, y una vez éstas cayeron al pérfido montón, ella llevó a cabo la acción. El sufrimiento y la incertidumbre encuentran su límite en el hartazgo y en el valor. Y ella tuvo el valor.

Finalmente apagó las luces, y exhausta, se desplomó en la cama.

Miércoles 29/07/2015, a las 2:15

No hay comentarios:

Publicar un comentario